He contado en entrevistas y crónicas cómo empezó mi aventura de vender libros y salir en bicicleta por las calles de la ciudad, pero no he hablado mucho de los libros que cargaba en la mochila anaranjada; es decir, de mis hijos de papel.
Hoy quiero referirme a las publicaciones que me sostuvieron económicamente en plena pandemia. En primer lugar, Memoria de tinta, un compilado de crónicas, artículos y reportajes que escribí desde mis inicios en el periodismo cultural, allá por el año dos mil. Recuerdo el día que lo presenté en la Municipalidad de Huaraz, en el viejo salón consistorial donde ahora funciona la Sala de Regidores. Mis padres me acompañaron en la tribuna, y en la mesa estuvieron el profesor Lalo Villa, exautoridad municipal, a quien respeto mucho por todo lo que ha realizado en el periodismo huaracino, y un amigo de las letras, Antonio Cáceres, ahora en el exilio. Memoria de tinta no tuvo la difusión necesaria porque aquellos años estuve viviendo en Huari; no pude hacer mucho, aunque después lo compartí con los alumnos de comunicación de la UNASAM y, ahora último, lo volví a hacer circular con la bicicleta. Todo mi amor y cariño por el periodismo está en ese libro.
Anhelos imperfectos es un libro que estuve escribiéndolo por varios años; lo tenía en borrador y en varias computadoras, discos y USBs; lo corregía cada vez que tenía tiempo. Recuerdo que cuando dejé de trabajar en la UGEL por motivos extraños y sin sentido, situación que me cayó como un baldazo de agua fría, no supe qué hacer; sin embargo, me dije a mí mismo, falta un mes y medio para acabar el año, no puedo quedarme atrás; pero sí podía darme un tiempo para concluir lo que tenía inconcluso, y eso eran los cuentos del libro Anhelos imperfectos, así que los saqué del archivo, los volví a leer, los corregí y se los pasé a unos amigos que recién había conocido, como Joel y Elí; ellos los leyeron, los revisaron y me convencieron de publicarlos; era urgente quemar esa etapa para seguir adelante con la escritura. Anhelos imperfectos fue mi reingreso a la literatura. Si con Memoria de tinta entré en la etapa periodística, con este último libro abría mi carrera en la ficción.
La triste historia de un hombre que sufrió y otros relatos del terremoto del 70. La idea de unir estos textos que había escrito anteriormente, nació el día que fui a un colegio en el distrito de Marcará para hablar sobre mi libro de cuentos Anhelos imperfectos. Un estudiante de los muchos que asistieron esa mañana me pidió que le contara una leyenda; no tenía nada en la mente en ese momento, pero me acordé del único relato corto que había escrito sobre el terremoto de 1970 y que había titulado “Los espíritus temen a los gallos”, que publiqué el 2013 en la revista de mi amigo Franklin Ángeles. Entonces conté la historia y, al ir narrándola, me dije, voy a juntar todos los relatos del terremoto que he escrito, como la crónica en homenaje a mi padre y un artículo sobre el libro de Marcos Yauri Montero rescatando pequeñas historias del terremoto. Todo este insumo lo reescribí y nació la Triste historia…, publicación que estimo mucho y que continuará desarrollándose porque he abierto una puerta para seguir contando a través de la ficción los hechos dolorosos del año 70.
La fiesta. Historia de amigos, es el libro que continúa a Anhelos imperfectos. Los mismos personajes siguen con sus historias y el lector los va conociendo un poco más; la difusión del libro quedó interrumpida por culpa de la pandemia; los cuentos los escribí mientras trabajaba en Trujillo alejado de todos y todas, en una soledad extrema; en esas circunstancias emprendí la tarea de darle forma a las historias que había iniciado hacía mucho tiempo, en un viejo cuaderno, cuando cursaba mis estudios de Periodismo en Lima. Tuve todas las expectativas de hacer una buena difusión con el libro, pero nada se pudo hacer por la maldita pandemia; ahora recién lo van a pedir en los colegios; eso espero, porque considero que La fiesta es un libro de cuentos con un fuerte contenido de crítica social que los jóvenes no tienen en la actualidad, habla sobre la ciudad y sus cambios, la modernidad y la soledad; con personajes que parecen no tener voz, pero que dicen mucho de sus actos.
Con estos cuatro textos, más una plaqueta de poesía titulada Restos del olvido, que publiqué el año dos mil, y que añadía en uno que otro paquete de libros porque tenía muy pocos, emprendí mi tarea de escritor vendiendo sus propios libros para sostenerse. Luego inicié el préstamo para promover la lectura; después, programé talleres de lectura para niños y jóvenes solo para que amen leer y se defiendan en el futuro; y escribo estas crónicas para visibilizar lo que hago porque necesito que mi familia, mi comunidad, mis vecinos, mi distrito y mi provincia se desarrollen todos los días, pues debemos recordar siempre que LEER NOS SALVARÁ LA VIDA de la ignorancia y de la corrupción.