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Ranas, osos y leones, por Miguel Ángel Cornejo

Sucedió en los países nórdicos hace muchos, muchos años que una rana, pequeña y herida de una de sus ancas, medio brincaba a la orilla del camino, para su sorpresa un príncipe que andaba con su corte cabalgando de cacería se fijó en ella, bajó de su corcel y con ternura la tomó en la palma de su mano, cuando llegó a palacio la acomodó en un cojín de terciopelo y diariamente la cuidó, se encariñó tanto con ella que se atrevió a darle un beso en su cabecita y como en todos los cuentos de hadas se convirtió, pero en este caso no en una bella dama, sino en un gigante oso de aspecto feroz que amenazó en destrozar al príncipe, quien reclamó:

– Yo te cuidé con ternura cuando eras una rana malherida, no es justo que me mates.

– El oso se contuvo y le indicó: –Solamente, si no llamas a tus guardias y te atreves a darme un fuerte abrazo te perdono la vida.

Con temor el príncipe accedió y en reciprocidad sintió la calidez del oso quien en un instante se convirtió en un león que acosó al príncipe hasta un rincón y en el momento que se disponía a saltar, el príncipe volvió a reclamar.

– Primero rana malherida, luego un oso enfurecido y ahora un león, ¿qué debo hacer para salvarme?

– Sencillamente déjame en libertad, si me dejas ir y respetas mi vida, y me prometes no cazarme te perdonaré la vida, pues sé que si ahora te mato tus soldados harán después lo mismo conmigo.

El príncipe abrió la puerta y ordenó que nadie se le acercara y mucho menos dispararan sus armas, cuando el león se encontraba por cruzar la puerta del palacio se convirtió en una bella princesa. El príncipe sorprendido, y deslumbrado por su hermosura, preguntó:

– ¿Qué fue lo que sucedió?

La princesa llena de felicidad le contó:

– Mi padre reina en otro país cercano al tuyo y yo soy su única hija, desafortunadamente creía que el mundo lo debería tener por siempre a mis pies, despreciaba a mis sirvientes, humillaba al pueblo, sentía que mi padre el rey tenía que darme todo por obligación, y en una ocasión estando de paseo en el bosque aplasté con mi pie a una rana hasta morir, en un momento se convirtió en una hechicera y me sentenció que pasaría el resto de mi vida como esa rana, además inválida y en tan complicado encanto que solamente que lograra inspirar ternura, afecto y respeto se rompería, y a través de tu actitud querido príncipe he roto para siempre esa maldición, estoy dispuesta a cumplir tus deseos.

El príncipe que no salía de su asombro, le indicó:

– Eres libre, si me permites intentaré conquistarte con las tres llaves mágicas que cautivan el corazón humano: Cuidado, afecto y respeto.

Y la leyenda dice que fueron muy felices. En la entrada de su palacio se podía leer la siguiente frase:

«Donde existe agradecimiento existe afecto y éste se manifiesta con cuidado y respeto».

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