Hoy más que nunca nadie puede cometer el error de tratar mal a su gente. Las empresas formales y modernas saben bien que los talentos y clientes miran con atención cómo se comportan sus líderes y eso es determinante al momento de escoger una empresa para trabajar, o retirarse de ella.
Trabajando de cerca con casi el 100% de las empresas que están siempre entre los primeros lugares de los distintos reconocimientos a las buenas prácticas de liderazgo, reputación, RSE y RRHH – somos testigos de los importantes esfuerzos que hacen estas empresas por mejorar constantemente sus culturas, prácticas y políticas de liderazgo a todo nivel, basándolas en el respeto a su personal y en las muchas formas que el respeto se manifiesta.
Y sabemos también de la enorme ventaja que tienen a su favor frente a organizaciones que aún no tienen claro el valor de tratar bien a su gente. Es una lástima ver cómo organizaciones no modernas, para llamarlas de algún modo, pierden oportunidades, prestigio, valor de marca, clientes y talentos por la falta de lucidez de sus líderes frente a lo que significa para su gente no sentirse bien tratada y respetada. Aunque muchas veces lo hacen por ignorancia o por simple descuido, igual terminan dañando irremediable la relación de respeto y confianza con sus colaboradores.
Esto sucede con más frecuencia en situaciones que generan ansiedad e incertidumbre, como cambios organizacionales, fusiones y adquisiciones, cambios de liderazgo etc. Y pese a que son momentos en que las personas se sienten especialmente vulnerables y necesitaban más que nunca de consideración, respeto y cuidado de su autoestima y dignidad, al no ver drama o lágrimas, muchos “líderes” descuidan sus actitudes y decisiones y éstas terminan haciendo que su gente se sienta ignorada, ofendida o sencillamente maltratada.
Así, no cumplen sus promesas en relación al futuro o carrera de su gente o los dejan la incertidumbre por semanas sin aclararles su situación. No les dan un trato equitativo: discriminan el apoyo a dar a las personas según su nivel de experiencia, función, origen, género o edad sin recordar que todos merecen respeto y consideración por igual.
Maltratan al favorecer a unos frente a otros por puras simpatías; al someter a las personas a situaciones de estrés excesivo para cumplir metas u objetivos irrealistas. También al comunicar noticias que los impactan sin la consideración debida o delante de otros; al criticarlos siempre en vez de darles oportunidades de mejora; al sólo señalar sus errores sin mencionar sus aciertos; al violar la confidencialidad de sus temas personales; al hablarle mal o sin respeto y por supuesto al mentirles o engañarlos con plazos improbables, entre muchos otros ejemplos que todos conocemos.