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Agitando el avispero político

El proyecto de adelantar las elecciones generales para el próximo año ha puesto de vuelta y media al avispero político nacional y regional y pone al país en la categoría de adolescente y no maduro, conforme lo subrayara en alguna oportunidad don Luis Alberto Sánchez, en su ensayo «Perú, el retrato de un país adolescente».

La historia republicana ha sido un vaivén entre dictaduras y gobiernos civiles.  En 1963, el arquitecto Fernando Belaunde Terry experimentó en carne propia de cómo una oposición cuando se vuelve confrontacional y no cree en la palabra concertación y consenso deriva a crisis mayores. El golpe militar de 1968 fue su epílogo luego de que la mayoría parlamentaria APRA-UNO censurara previamente hasta dos gabinetes.

Cuando volvió a reinstalarse la civilidad con el mismo Fernando Belaunde en 1980 -y su mayoría AP-PPC- él se mantuvo relativamente estable, pero sin mirar la realidad como el nacimiento del terrorismo que en sus inicios fue minimizado como actos de abigeato, mientras el parlamento y gobierno fueron poniéndose a espaldas de la realidad y se agitaban los descontentos sociales.

El gobierno de Alan García Pérez, emprendió un gobierno con muchas esperanzas, pero sólo mirando el corto plazo y perdiéndose en prácticas populistas que devino en hiperinflación y el incremento del terrorismo y con una mayoría parlamentaria que no fiscalizaba nada y seguía de espaldas al pueblo.

Llegó el 90 la otra esperanza, la de un técnico: Alberto Fujimori, quien durante sus dos años iniciales experimentó también una mayoría parlamentaria obstruccionista y no dialogante que lo llevó a dar un autogolpe, dar una nueva Constitución, inaugurar el período económico neoliberal y luego culminar su primer mandato para luego reelegirse. Su reelección con mayoría parlamentaria lo hizo triunfalista, buscando avasallar los otros poderes como el Judicial, Ministerio Público e incluso a los principales propietarios de la prensa nacional y empresarios, anidándose la corrupción en sus niveles mayores y otra vez reeligiéndose -inconstitucionalmente- el 2000, pero ese nuevo mandato apenas duró meses, pues en setiembre y ante la exhibición del vídeo Kouri-Montesinos, tuvo que renunciar.

Un breve período de octubre 2000 a julio de 2001, hubo un destello democrático y de transparencia con Valentín Paniagua, quien actuó como el hombre común y corriente y renunciando incluso a las prebendas y tratos mayores que da el poder de ser presidente e instalando un gobierno de transición con la convocatoria de las mejores inteligencias del país.

La primavera duró poco. En el 2001, se creyó ingenuamente que con un Alejandro Toledo que -se vendía como un hombre emergente de las clases populares- podía instalar un gobierno transparente y limpio; pero se perdió en la frivolidad y hoy se destapan actos de corrupción que superan a los de Fujimori. Tampoco el Parlamento estuvo a la altura de sus responsabilidades.

En el 2006, volvió Alan García, con imagen renovada. Ya no con los populismos de su primer gobierno, pero sí más refinado en las prácticas de corrupción, que al destaparse lo llevaron a su suicidio.  Y su parlamento, construido con el toma y daca al fujimorismo, también de espaldas al pueblo.

En el 2011, el militar retirado Ollanta Humala, encandiló a la mayoría peruana con prédicas nacionalistas, que rápidamente las abandonó instalado en el poder, sin mayoría parlamentaria y con una Primera Dama haciendo de lobbysta, que lo ha llevado a ser procesado por presuntos actos de corrupción.

En el 2016, se pensó Pedro Pablo Kuczynski -el tecnócrata- podía hacerlo mejor, pero no. Se quedó en el gabinete pero nunca pudo sintonizar con el pueblo y tampoco con sus propios colaboradores, sin mayoría parlamentaria, renunció.

Al sucederlo Martín Vizcarra Cornejo, en marzo de 2018, se creyó que con su relativa experiencia de haber sido gobernador regional podría replicarlo en el nivel macro, pero más bien ha venido andando con pies de equilibrista y sin efectividad en el gobierno, con una mayoría parlamentaria cada vez más desafiante y que no escuchó el clamor del pueblo que respaldó las reformas políticas, y que ahora han sido desnaturalizadas.  Ha movido sus fichas, y con el adelanto de elecciones -que puede ser muy aplaudido en estos momentos, como suelen serlo las medidas populistas- pero a largo plazo va a traer funestas consecuencias en el plano especialmente económico y acaso también en lo político para aventuras antisistema.

Esta necesaria cronología pinta de cuerpo entero que al paso de los años parlamentarios y presidentes no entienden en su esencia el significado de la palabra democracia y del equilibrio de poderes; piensan todavía que uno es superior a otro, que no son capaces de concertar y buscar consensos. Retrato de ese país adolescente que marcha a trompicones, sin rumbo y sin visión, pese a que estamos ad portas del bicentenario republicano.

 

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