Rodeada de montañas, lagunas, riachuelos y verdes praderas, la hermosa infraestructura contemporánea y la vida espiritual de Chacas deben ser los mejores legados que dejó el sacerdote italiano Ugo de Censi para la humanidad. Sobre 3300 m.s.n.m., esta apacible ciudad de dos mil habitantes acoge a decenas de italianos voluntarios, quienes se unen con los lugareños para convivir bajo la fe cristiana y la promoción de proyectos sociales.
Para llegar a Chacas uno parte desde Carhuaz, atraviesa la Cordillera Blanca por el túnel de la Punta Olímpica, que en temporada de lluvia suele estar llena de nieve, luego desciende en medio de lagunas, riachuelos y pastizales que acompañan a los viajeros hasta llegar a los primeros cultivos de la provincia de Asunción; en el trayecto se aprecia una variedad de flora y fauna característicos de esta zona de los Conchucos.
La última vez que visité este paradisiaco lugar, un cielo azul intenso me recibió, con escasas nubes asentadas sobre las faldas de los nevados, señal que había llovido durante horas de la noche. A la distancia observé el tejado rojizo de sus viviendas, rodeadas casi, de altos eucaliptos que embellecían más el paisaje. Chacas es una ciudad que tiene su casco histórico y sus principales calles en base a piedra de granito, fachadas blancas con influencia del estilo de Lombardía, una región italiana, y balcones de estilo barroco y republicano. La plaza padre Ugo de Censi mantiene en su centro el característico césped para las celebraciones de su fiesta patronal y tradicional en el mes de agosto, donde se desarrollan las corridas de toro y carreras de cinta a caballo.
Entre los monumentos de su centro histórico resaltan el Palacio Municipal de Asunción y el imponente Santuario Mama Ashu. Cuando ingresé, me llamaron mucho la atención el retablo mayor bañando en pan de oro que según los historiadores data del siglo XVIII, la imagen de la Virgen de la Asunción escoltada de velas y flores, y el fino trabajo en madera y vitrales, todas llenas de arte y fe, que evocan un espacio sagrado y de recogimiento para los fieles. Simplemente una maravilla.
Minutos más tarde, junto al grupo que viajé, conocí a Mathias, un diligente miembro de la Operación Mato Groso, él me enseñó los trabajos que realizan los jóvenes en la fundación. Esculturas y tallados en madera, vitrales en multitud de colores y formas, además de otras obras de artesanía, fieles reflejos del profesionalismo de estos jóvenes formados en la escuela Don Bosco que el padre Ugo fundó en 1978, dos años después que llegó a Chacas.
Mathias me explicó que parte del éxito de la fundación se debe también al trabajo de decenas de voluntarios italianos que llegan al Perú cada año. Vienen en misiones, son de distintas profesiones y ellos mismos pagan el costo de sus pasajes. En Chacas y otras ciudades donde opera la fundación solo reciben casa, comida y atención médica. Las personas se involucran en las actividades diarias con el único objetivo de apoyar a los más necesitados. De esta manera, se generan otros ingresos para poder solventar la atención de las familias más pobres.
Cuando visitaba la escuela Don Bosco, Mathias me comentó que desde la década de los 80, en este plantel y los institutos de educación superior se han educado miles de artesanos y también profesionales en ramas como la obstetricia, pedagogía, enfermería, albañilería, guía de Montaña, electricista y otros; así también, en el seminario salesiano de Pomallucay (San Luis) forman sacerdotes para la vida misionera. Una hora después, me invitó a conocer el hospital Mama Ashu; una sublime edificación con capacidad de 60 camas hospitalarias, donde médicos italianos voluntarios atienen a la población en diferentes especialidades. El médico con el que conversé, me comentó que los casos que no pueden ser tratados, allí, los derivan en ambulancias hacia Huaraz o Lima. Un hospital con atención caritativa, infraestructura moderna y equipamiento similar al de una clínica particular.
A mi retorno del hospital me dirigí hacia la casa parroquial, el inclemente sol del mediodía hizo buena compañía, allí en la puerta vi a un grupo de personas que hacían una mediana cola. Antes que pregunte, Mathias me reveló que en breve pasarían todos al comedor parroquial para el almuerzo del día. Minutos más tarde, en conjunto nos dispusimos a rezar y agradecer por los alimentos, era pasta italiana con papas nativas y queso de la región. Adultos y menores almorzamos el mismo potaje, yo aproveché para seguir conociendo más sobre los proyectos sociales de la OMG. Sin duda, para contarlo hay que estar cerca de ellos, solo así, uno puede comprender mejor esta forma de vida por los pobres, atrayendo misiones que empujen a lograr los objetivos de esta comunidad.
Hoy la fundación está presente en 4 países de Latinoamérica: Perú, Ecuador, Brasil y Bolivia, además en otras regiones del país y provincias de Ancash. Cuentan con talleres de tallados en madera, piedra, vidrios, tejidos, así como centrales hidroeléctricas rurales, ladrilleras, establos para producción de queso, casa refugio para andinistas, tierras para el cultivo de papas, choclos y otros medios de producción, con cuyos ingresos solventan las casas de acogida para niños, ancianos y personas especiales, también para construir viviendas de huérfanos, madres solteras y familias humildes de la zona andina de Ancash.
Cuando terminamos los alimentos, cada uno recogió sus servicios y los llevó al lavadero, allí comedidamente algunos se pusieron a lavarlos. Mathias me comentó que la OMG demuestra con los hechos antes que con las palabras; se ha expandido y se seguirá expandiendo, mientras haya gente que vea a Jesús en el rostro del desvalido espiritual y materialmente; ese es el verdadero significado que el padre Ugo despertó en miles de niños, jóvenes y adultos para cambiar su forma de vida, una vida misionera.
Antes de despedirme de Chacas, Mathias me invitó finalmente a visitar el Museo Arqueológico, ubicado a un costado del Santuario Mama Ashu. Allí yace parte de la historia de este pueblo también conocido como Manca Carga, en dicho lugar también uno puede apreciar y adquirir los trabajos de los artesanos. Al terminar nuestra conversación, le di las gracias, a mi abnegado anfitrión por la estadía y me despedí prometiendo volver en el futuro. La tarde avanzó, en el centro de su plaza, sobre el césped, reposaban algunas familias disfrutando de una sosegada tarde, en tanto, los turistas buscaban el mejor retrato como recuerdo de su estadía en Chacas, una ciudad que cuenta hoy con hoteles, pizzerías, restaurantes y toda la comodidad que un viajero espera.
Chacas, como toda población acentuada de los andes, tuvo varias etapas en su historia de crecimiento, decadencia y resurgimiento. Una tierra de hombres y mujeres notables, de gente laboriosa que ha distinguido en las últimas décadas, en el arte, como una forma de sobrevivencia y expansión de su conocimiento. De aquí, salen los mejores tallados para Europa y los Estados Unidos, artesanías que gracias a su alto valor comercial sirven para seguir ayudando a otros ancashinos de escasos recursos económicos. Una forma de vida única que ha despertado el interés del turismo regional, nacional e internacional por conocer mucho más sobre la vida y obra del padre Ugo, quien con su carisma de niño se atrevió a fundar la Operación Mato Groso y hoy es un ejemplo que inspira a muchas comunidades religiosas en el mundo entero.
En diciembre de 2018, a los 94 años de edad, el padre Ugo dejó la vida terrenal, más de 15 mil personas participaron de sus exequias y después de recorrer varias ciudades desde Lima hasta Chacas, sus restos fueron sepultados en el Santuario de Mama Ashu, como siempre fue su deseo.
Mientras retorné hacia Huaraz, el viento helado, las nubes grises sobre los nevados me advirtieron que pronto caería la lluvia, antes de perder de vista el último recuerdo de esta ciudad, medité y concluí; el legado del padre Ugo quedó bañado en el corazón de Chacas, en las familias y misioneros que aprendieron a convivir en comunidad, llena de saberes, rodeada de montañas y de la naturaleza que Dios les obsequió. Un verdadero paraíso en los andes del Perú.
(*) Alex Cordero, periodista y escritor
Pd. Un viaje antes de la pandemia.