En el caserío de Carachuco, distrito de Pamparomás, en Áncash, los pequeños productores han logrado cosechar más de 200 variedades de papas nativas a una altitud de más de 3000 metros sobre el nivel del mar. A días de celebrarse el Día del Campesino, esta labor representa un homenaje al esfuerzo y dedicación de los agricultores peruanos.
Uno de los destacados agricultores es Julio Barahona Vilcarino, de 83 años, quien aún tiene la fuerza y energía para subir a las alturas de la montaña y extraer los tubérculos que son el sustento principal de su familia. «Yo tengo la suficiente fuerza para seguir trabajando y cosechar nuestra papa. Siempre camino. Ya estoy acostumbrado», comenta don Julio con una sonrisa mientras posa para la foto que inmortaliza este momento en los Andes peruanos.
El Servicio para el Desarrollo Integral Rural (SEDIR), junto con un grupo de agricultores, ha implementado un campo de conservación de papas nativas para mantener vivas sus diferentes formas, tamaños, colores y sabores. La cosecha, que se realiza tras siete meses de arduo trabajo, incluye actividades agronómicas como la preparación del terreno, el aporque, el control de enfermedades y los criterios de cosecha.
«Los agricultores aprenden desde la distancia que debe existir entre surcos y plantas, hasta el uso de fertilizantes ecológicos para tener papas orgánicas. Nuestra tarea es enseñar la forma correcta del manejo de las papitas nativas y conservarlas», explica Wilmer Alegre Jara, responsable de la cosecha de SEDIR. Estas actividades se enmarcan en un proyecto de cooperación con la Fundación Servicio de Liechtenstein para el Desarrollo (LED).
Las papas cosechadas, con nombres tan curiosos como puño de gato o lengua de gato, y otras identificadas solo con códigos numéricos, son extraídas desde la parte alta del campo hasta la parte inferior, culminando el proceso al mediodía. «Nuestras papas son ricas, nutritivas. Y las consumimos con ají, queso o cuy», comenta Percy Barahona mientras muestra las papas recién extraídas de la Pachamama.
El escenario de la cosecha, con mujeres vestidas con trajes autóctonos, ovejas pastando, burros descansando y las imponentes montañas como guardianes silenciosos, se asemeja a una pintura en tiempo real, destacando la belleza y la tradición de la sierra peruana. La jornada de cosecha concluye con un almuerzo robusto, naturalmente, a base de papas.