La política en Áncash ha sido históricamente inestable, marcada por la “maldición del serrucho” que derribó a más de un gobernador. Hoy, la gestión de Koki Noriega Brito parece romper ese patrón. La relación de cooperación con la vicegobernadora, Angelly Epifanía Chávez, ha dado a la región algo inusual: estabilidad. Esa fortaleza política le ha permitido incluso presidir la Asociación de Gobernadores Regionales del Perú y colocar a Áncash en la agenda nacional.
Este escenario no estaría completo sin otro cambio clave: la ausencia de los escándalos de corrupción que hicieron tristemente célebres a sus antecesores. A diferencia de las gestiones que se hundieron entre denuncias y procesos judiciales, hoy Áncash aparece en mejor posición. Esa percepción, más allá de la propaganda o las críticas de ocasión, ha devuelto algo que parecía perdido: confianza en que la política regional puede funcionar.
Los avances en ejecución presupuestal refuerzan esa diferencia con el pasado. Con más del 50% del presupuesto ya invertido, obras como la carretera Yungay–Llanganuco–Llacma, el expediente del Hospital de Nivel III de Huaraz y el proyecto de la Caleta de Chimbote empiezan a materializarse. Son señales de gestión concreta que, si se sostienen, pueden marcar un punto de quiebre en la historia reciente de la región.
Pero los retos de fondo siguen siendo ineludibles. El agua es el más urgente: sin represas en el Callejón de Huaylas, Conchucos y la costa, la región no podrá enfrentar el cambio climático ni garantizar agricultura, seguridad alimentaria y desarrollo sostenible. Otro desafío es la comunicación: sin una conexión más cercana y constante con la ciudadanía, los logros corren el riesgo de diluirse y convertirse en frustración.
Koki Noriega tiene hoy una oportunidad que pocos gobernadores en Áncash han tenido: estabilidad política, respaldo institucional y recursos económicos. La historia dirá si se conforma con gestionar bien o si se atreve a dar el salto hacia una transformación más profunda. El futuro de la región depende de que no se duerma en los laureles.

