La informalidad comercial en Huaraz refleja una dura realidad social: decenas de familias dependen de la venta ambulatoria para subsistir, aun cuando sus ingresos diarios apenas alcanzan para cubrir lo básico del hogar.
La señora Eugenia, comerciante desde hace dos décadas, ofrece entre sus canastas limones, zapallo, zanahorias y otras verduras. Sin embargo, a pesar de la variedad de productos, reconoce que no siempre logra buenas ventas y que en un buen día apenas llega a los 80 soles, monto insuficiente para sostener a su familia o pensar en alquilar un puesto formal que supera los dos mil soles.
Por su parte, la señora Juana, con casi 70 años de vida dedicados al comercio, sigue fiel a su rutina: picar lechugas y olluco que ofrece cada mañana con la esperanza de obtener lo suficiente para comer junto a su esposo. Su carisma y buen ánimo reflejan la resiliencia con la que afronta las dificultades de una vida entera en la informalidad.
En un recorrido por el mercado, otros comerciantes comentaron —sin querer ser grabados— que llegan desde Wilcahuain, Carhuaz, Tingua y hasta Yungay, todos empujados por la necesidad. Relataron que no cuentan con dirigentes ni organización formal; cada vendedor se ubica en el espacio disponible hasta terminar su jornada.
Del otro lado, ciudadanos y comerciantes formales expresan su malestar por el desorden que generan estas actividades, mientras las autoridades municipales insisten en operativos de reordenamiento que muchas veces terminan con la incautación de mercadería. La tensión entre la necesidad de sobrevivir y el orden urbano sigue siendo el gran dilema.
Este reportaje fue posible gracias al apoyo de Don Cuy, empresa que comenzó desde abajo y hoy apuesta por respaldar a los nuevos emprendedores, y del Colegio Alfred Nobel, institución que busca inculcar valores, empatía y diálogo entre la población y las autoridades, mostrando su solidaridad con quienes día a día luchan por salir adelante.
