El panorama de las elecciones generales de abril de 2026 —en las que elegiremos Presidente, vicepresidentes, senadores y diputados— se asemeja más a jugar la Tinka que a un proceso político predecible. La dispersión de hasta 39 agrupaciones políticas convierte esta contienda en un escenario saturado, donde la decisión sobre quiénes serán los senadores y diputados por Áncash podría definirse literalmente en la última hora. Es una elección marcada por la incertidumbre.
Hubo un tiempo en que la relación entre voto presidencial y parlamentario era directa. En 2001-2006, Alejandro Toledo jaló con claridad a Pedro Cruz, Juan Loyola, Claudio Mena Melgarejo y Maruja Alfaro.
En 2006-2011, Alan García hizo lo propio con María Balta, Wilder Calderón, José Oriol Anaya Oropeza y Fredy Otárola. La figura presidencial definía, casi automáticamente, la representación regional.
Ese vínculo se fue debilitando. En 2011-2016, Ollanta Humala solo arrastró a Fredy Otárola, y el fujimorismo a María Magdalena López, mientras Heriberto Benites, Víctor Crisólogo y Modesto Julca llegaron por peso propio.
En 2016-2019, pese a lograr tres curules, el fujimorismo convivió con figuras elegidas por trayectoria local como María Elena Foronda y Narváez Soto. La ruptura más evidente: PPK ganó la Presidencia sin jalar a ningún parlamentario por Áncash.
Las elecciones complementarias del 2020 consolidaron esta tendencia: los electores eligieron a Norma Alencastre, Beto Barrionuevo, Otto Guibovich y María Bartolo sin arrastre presidencial. Y en el periodo 2021-2026, Pedro Castillo jaló a Kelly Portalatino y Elías Varas, y Keiko Fujimori a Nilza Chacón, mientras Lady Camones (APP) y Darwin Espinoza (Acción Popular) llegaron combinando liderazgo local y respaldo partidario regional.
A ese escenario ya fragmentado se suma, para el 2026, una regla que cambia por completo la dinámica electoral:
si una organización política no obtiene representación simultánea en Senado y Diputados, no tendrá representación parlamentaria.
No importa cuántos votos logre en una cámara si fracasa en la otra.
Esto introduce un factor de azar político que antes no existía: no solo importa cuántos votos se consigan, sino dónde y cómo se distribuyen.
En un contexto con 39 partidos, esta regla obliga a un cambio inmediato: candidatos presidenciales y parlamentarios deben hacerse visibles desde ya.
La primaria del 1 de diciembre será apenas una primera vitrina. Lo verdaderamente decisivo ocurrirá entre diciembre y abril, cuando el electorado deberá elegir entre decenas de nombres, trayectorias y propuestas que competirán por segundos de atención en una campaña saturada.
Para la ciudadanía, el reto es mayor: no dejar su voto al azar.
Áncash necesita parlamentarios con trayectoria, solvencia y presencia pública; no nombres que sobrevivan por accidente en una boleta llena de logos ni figuras que lleguen al Congreso para alimentar anécdotas en lugar de trabajo legislativo.
Las elecciones parlamentarias del 2026 pondrán a prueba a los partidos, a sus estrategias y a la madurez del electorado.
El tablero está lleno, las reglas han cambiado y la incertidumbre es alta.
Lo único que no puede decidirse por “suerte” es quién hablará por Áncash en el nuevo Congreso.

