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El viaje de la maestra que le enseña al único alumno de colegio en Áncash

Foto: Bryan Albornoz/El Comercio

Áncash

El viaje de la maestra que le enseña al único alumno de colegio en Áncash

Desde el 2001, sube de lunes a viernes hasta los 3.400 m.s.n.m. para enseñar en el único colegio que tiene Shongohuarco, una comunidad enclavada en las alturas de Áncash.

Luego de bajar de la combi, la trocha se abre camino y María emprende la ruta cuesta arriba hasta el centro poblado Shongohuarco, en el distrito de Cashapampa (provincia de Sihuas, en Áncash). Nadie más baja con ella. Nada más que el crujido de los árboles que se tambalean la acompañan. Aunque esto no ha cambiado en los 17 años que tiene caminando por el mismo lugar, al otro lado de la ladera ya no le espera el bullicio de antes, sino el único alumno de 8 años que queda.

María Vidal es profesora, tiene 45 años y 24 de ellos los ha dedicado a la enseñanza de los niños. Desde el 2001, sube de lunes a viernes hasta los 3.400 m.s.n.m. para enseñar en el único colegio que tiene Shongohuarco, una comunidad enclavada en las alturas de Áncash. Ella es la única docente del centro educativo multigrado N°84203.

Para llegar hasta ahí, María debe levantarse a las 4 a.m., dejar preparado el desayuno y almuerzo de sus hijos que viven con ella en Sihuas, (a dos horas de distancia), y salir al paradero a las 5:30 a.m. María echa la mochila a la espalda, se coloca una gorra para protegerse del brillo solar y saca el paraguas por si el clima se pone recio.

El periplo empieza cuando la combi la deja en la curva de Huayllampo, desde donde camina 40 minutos hasta Shongohuarco, el centro poblado donde viven 100 personas y está compuesto por 40 viviendas, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).

Una vez que llega a su destino, solo dos recintos sobresalen entre la bruma de la mañana: la cruz de una iglesia y el colegio multigrado. En Shongohuarco no hay comisaría, ni posta médica ni alumbrado público.

Aunque el trayecto haya sido extenuante, María recién empieza su jornada cuando por uno de los caminos, detrás de la iglesia, Erik anuncia su llegada corriendo.

-El mejor de la clase-

Pillo y Doki salen disparados de la casa apenas Erik abre la puerta para ir al colegio. Sus mascotas lo acompañan en los 10 minutos que le toma el camino para ir a estudiar. Él es el único alumno que queda en el colegio de Shongohuarco, una de las 2.214 instituciones educativas que hay en Áncash.

En los últimos 18 años, la población del distrito de Cashapampa se ha reducido en 18%. Mientras en el año 2000 había 3.436 habitantes, el último registro poblacional es de 2.819 personas. Es decir, casi la quinta parte de la población se ha ido del distrito.

Hace 17 años, en el colegio de Shongohuarco estudiaban 33 niños de 1ro a 4to grado de primaria, pero año a año los alumnos fueron disminuyendo. En el distrito de Cashapampa hay 11 colegios unidocentes y multigrados de los 37.466 que hay en todo el país, según el Minedu.

Pese a que no hay más que un alumno en el aula, María ejecuta su jornada sin modificaciones: empieza a las 8 a.m. con la formación, ingresa al salón con Erik y pasa lista. “No ha venido”, le responde traviesamente el niño.

“El único problema es que no se pueden hacer grupos. Entre los dos trabajamos. Erik rinde muy bien en los cursos”, comenta María, quien elabora su clase un día antes con la misma rigurosidad, tomará los exámenes y evaluará a su alumno cada fin de mes.

¿Cuál es la principal motivación de María? “Por enseñarle al niño, para que sea algo en la vida. Yo he estudiado para ser profesora y tengo que sacarlo adelante”, confiesa María, quien ha construido una sólida confianza con su alumno. “Con Erik en las buenas y en las malas estamos”, dice la maestra.

En el trayecto de regreso a casa, Erik aprovecha en contar que su libro favorito es Paco Yunque y que en un futuro quisiera ser bombero “para poder salvar vidas”.

-El primer alimento –

El comedor del colegio de Shongohuarco recibe a Erik con el lema: “Un niño bien alimentado es un niño que aprende”, y de cumplirlo se encarga su mamá, Lucía López Moreno, la profesora María y el programa Qali Warma.

Para Lucía, este primer alimento que recibe Erik es necesario para fortalecerlo. “Cuando no había era difícil, ahora tenemos la comida”, comenta la madre del menor, cuya familia se dedica a la siembra de trigo, cebada, olluco y papa. La distancia que lo separa de su hijo está en la alimentación, algo que ella no pudo tener a plenitud. “No se podía, hasta para comer faltaba. Los muchachos ahora tienen para comer”, confiesa.

Lina Morillo Mejía, monitora de Gestión Local de Qali Warma del distrito de Cashapampa, es la encargada de asistir, al menos una vez al mes, hasta el colegio de Erik para verificar que se cumplan los estándares de buena manipulación de alimentos.

La escuela es surtida con arroz, azúcar, fideos, hojuela de avena con quinua, hojuela de avena con kiwicha, harina de maíz, quinua entera, leche, entre otros alimentos. “El impacto es bastante porque hay niños que cuentan solo con estos alimentos en el día. Trabajamos con la comunidad, con actores sociales, hacemos reuniones con ellos”, comenta Lina.

-Los esfuerzos-

La única vez que María Vidal faltó a clases fue porque una fractura le impidió continuar con su labor. “Me accidenté en el 2012. Me di una resbalada y mi tibia y peroné se fracturaron. Estuve con licencia un año. Ocurrió cuando regresaba del trabajo, vi un carro y por querer agarrarlo rápido, bajé corriendo y me caí”, relata.

Para la maestra de 45 años, su labor no cesará incluso cuando esto pueda suponer separarse de sus hijos. “Yo seguiré trabajando hasta que cumpla 65 años, hasta el último, donde me manden iré. Cuando me jubile, me iré tras mis hijos”, dice María mientras prepara una de sus clases para Erik, el nombre que también lleva uno de sus cinco hijos. “Es el nombre de mi hijo también y por eso lo quiero mucho. Es como mi sexto hijo”.

Solo una cosa parece no encajar para María: la larga caminata que deben hacer los niños de Cashapampa para ir a estudiar. No hay una movilidad de por medio ni caminos seguros para que asistan a clases. “Sufren. De aquí salen temprano, de arriba bajan. Tienen que hacerlo todos los días. Es la rutina de todos los días caminar e ir así al colegio”, relata.

El próximo año, Erik será uno de esos niños. Cuando pase a 5to grado de primaria, deberá caminar hasta el colegio más próximo: en Cashapampa, a una hora de Shongohuarco, o en Huanchí, a similar distancia. Todo ello al filo de la carretera.

-La despedida-

Este año, una vez que Erik termine el 4to grado, la escuela de Shongohuarco cerrará si hasta agosto no hay ningún alumno matriculado. “Cuando ya termine, me ubicarán en una plaza”, explica María sobre lo que será su partida del centro poblado.

Para ella, la vocación es justamente eso: trabajar en bien de los niños, sin importar el lugar y la distancia que tenga que recorrer. “Hasta el presidente ha tenido un maestro que le enseñe. Ser maestro es algo maravilloso”, dice.

Con esta misma motivación María seguirá subiendo cada trocha que le toque en los siguientes años. Ella sabe que el futuro está ahí, abriendo camino entre la neblina, surcando la cordillera, pero siempre junto a sus alumnos.

Cortesía: El Comercio

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